Tres años nos ha costado poder alumbrar este Rocío de Valdemonjas, el frescor fugaz de unos recursos aparentemente contra natura: la uva carasol de los cantiles norte del Duero.
Gotas del Rocío del Gallinero, ese terruño escondido de Val de las Monjas, este rosado aspira a eso, aromas y frescor de juventud, con singularidad y carácter. Esencias etéreas que preservar, la sofisticación máxima viene de lo sencillamente puro.
El color, rosado puro de la pulpa blanca del tempranillo, apenas mancillada por las pieles, prensado directo ligero, inertizado para preservar desde un inicio, los aromas ligeros de una fermentación lenta, lentísima. Clarificaciones a la luz de las lunas de invierno, cuando el rigor de nuestra Castilla no necesita tecnología
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